Giddy Joy


¡Regresé!

Luego de la parafernalia de año nuevo y del devaneo de mis pletóricas vacaciones de invierno, finalmente estoy de vuelta.

Los últimos días del año fueron todos muy inquietantes para mí, entre una mudanza interminable y dividir mi tiempo entre mi mamá, mi hermano y sus tardes –impuestas- de futbol europeo, mi hermana, mi papá y sus labores y hacer de niñera con mi sobrina. Yo llegue a dos conclusiones mientras todo eso acontecía en mi vida: la primera, no quiero mudarme a la nueva casa; la segunda, estas fueron las vacaciones de invierno más largas que he tenido.

Así que recibí el año nuevo con acrílico en mis uñas, un par de kilos de más, escuchando “On Melancholy Hill” de la voz sexy de Damon Albarn; un año más de veganismo y una cosmogonía totalmente diferente.

Tengo grandes razones para ser optimista este año.

También, resulta mi compañera de piso ha decidido mudarse con algunos familiares y tal, así que vuelvo a estar sola. Realmente no me molesta en absoluto, después de todo, me había acostumbrado a ser solo yo por mucho tiempo. Soy bastante borde también, así que por ahora creo que estará mejor así.

Entonces, ¿qué he hecho hasta ahora?

Pues bien, el otro día finalmente me puse a limpiar y ordenar mi clóset –una cosa insufrible verdaderamente-, algo que venía postergando desde el años pasado, así que ya era justo y necesario.

Oh, y no creerás la cantidad de cosas con las que me encontré: ropa que hace años ya no uso, zapatos, particularmente unos azules muy feos; libros como “El Conde de Montecristo” que ya creía perdido y algunos más que ni siquiera sabía que tenía. Mi colección de cuentos infantiles y mi álbum de fotos de secundaria.

Tenía miedo revisar en las estanterías de hasta arriba por aquello de los bichos, pero me arme de valor y montada en una silla termine con mi faena. Me encontré con el “diario” que me regalara mi hermana para mi decimoquinto cumpleaños, un pequeño cuaderno de pasta dura y un dibujo de Harry Potter como portada, donde apenas llegué a escribir sobre la primera materia que reprobé y una pelea que tuve con el que fuera mi novio en aquel momento.

Cielos, que bobería. Me tendí en la cama con un ataque de risa mientras releía esa hecatombe pueril. Nunca fui capaz de llevar algo como un diario y creo que debe ser porque siempre tendía a dramatizar todo.

Sin embargo, las notas tontalonas de una yo adolescente no fue lo mejor de rescatar ese diario, sino descubrir los cuentos que escribía José Alberto para mí.

Entonces me sentí tan nostálgica. Debe ser el sentimiento más encantador de todos.

De pronto me sentí otra vez como en mis días de preparatoria, recordando la sonrisa irregular en la cara de mi amigo y la pluma que solía sostener en su oreja.

José Alberto fue el primer chico gay que conocí y un amigo muy especial.

Me encantaba estar con él. Era ocurrente, honesto, sensible y un artista. Me mimaba mucho; me escribía cuentos y le gustaba jugar con mi cabello mientras me decía que debería haber sido bailarina de ballet. Por aquellos días mi mamá me prestaba el auto para ir a clases y así, ahorrarse el tener que llevarme y traerme ella misma; entonces nos pasábamos las horas escuchando música en el auto frente a la casa de él cuando lograba escabullirme del resto de mis amigas.

Estábamos “enamorados” del mismo chico - una admiración tan tonta como platónica- y solíamos pasar los descansos tumbados frente a las canchas de futbol observando a Bernardo, el objeto de nuestra admiración. Él solía decirme, con el cariz de amigo fiel, que Bernardo y yo hacíamos la pareja perfecta y en esos momentos a mí se me ponía la piel de gallina, porque José Alberto me miraba como si dijera “envidio el que tú si puedas ser una mujer”.

Tiempo después, comenzó a hablarme de Eduardo, el chico del que de verdad se enamoro; era tan placentero para mí escucharle, que no me importaba saltarme clases si era para seguir hablando con él. Luego de eso, recuerdo que cada vez que me topaba con Eduardo, me daban ganas de sacudirle por los hombros y hacerle entender los sentimientos de mi amigo como yo lo hacía.

José Alberto nuca se confesó y yo tampoco me convertí en la pareja perfecta de Bernardo.

Mi amigo es un artista; escribe, dibuja y apreciaba la música orquestal y el ballet como ninguna otra persona que conozco.

Se convirtió en profesor de primaria aunque yo siempre supe que prefería estudiar música.

Lo extraño; hace tiempo que no le veo ó siquiera hablado. Ahora sé que, en definitiva, él influyó mucho en mi yo actual, mi forma de pensar y, sin duda, de ver eso tan relativo que llamamos amor.

En fin.

Por cierto, ¡logré terminar de ordenar mi clóset!

Y no es que me haya ido por las ramas, más bien quería llegar a esto, sin embargo es cierto que no soy la persona más diligente y concreta.

Pues bien, esta vez he escrito mucho; justifiquémoslo con dos meses de ausencia.

Muchas gracias por visitar este lugar y por leer, de verdad.

Feliz fin de semana.


Saludos y hasta una próxima.



Que tengas un día onírico a más no poder.